Juan Boscán

Poemas del Español Juan Boscán

En España han nacido y crecido un montón de figuras históricas que han dejado huella de alguna manera. No solo en nuestro país, sino que algunos llegan a alcanzar una fama o reconocimiento mundial. Y esto es algo que no solo se limita a ciertos rublos, para nada, encontraremos españoles que han sabido dejar huella en el arte, la politica, la milicia, y como no, la literatura. Hoy por ejemplo nos corresponde rememorar a Juan Boscán, y recopilar algunos de sus trabajos. Sin embargo, no podemos comenzar a divulgar los poemas de Juan Boscán sin siquiera conocer quien es esté sujeto. Para ello, os daremos una presentación rápida:

Juan Boscán Almogáver o Almogávar, fue un traductor y poeta español ubicado en la época del renacimiento. Su fama se debe fundamentalmente por haber sido quien introdujo la métrica italianizante, en conjunto con Garcilaso de la Vega. Además de haber sido el traductor encargado de traer a nuestro idioma: El Cortesano de Baltasar, del escritor Castiglione.

Con esto ya os podéis dar una idea de quien fue Juan Boscán, por lo que ahora solo nos resta compartir alguno de los mejores poemas que la mano de este autor nos pudo regalar.

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Poemas de Juan Boscán.

A la tristeza.

Tristeza, pues yo soy tuyo,

tú no dejes de ser mía;

mira bien que me destruyo

sólo en ver que el alegría

presume de hacerme suyo.

 

¡Oh, tristeza!

que apartarme de contigo

es la más alta crueza

que puedes usar conmigo.

No huyas ni seas tal

que me apartes de tu pena;

soy tu tierra natural,

no me dejes por la ajena

do quizá te querrán mal.

 

Pero, di:

ya que estó en tu compañía,

¿cómo gozaré de ti,

que no goce de alegría?

Que el placer de verte en mí,

no hay remedio para echallo,

¿quién jamás estuvo así?

que de ver que en ti me hallo,

me hallo que estoy sin ti.

 

¡Oh ventura!

¡Oh amor, que tú hiciste

que el placer de mi tristura

me quitase de ser triste!

Pues me das por mi dolor

el placer que en ti no tienes,

porque te sienta mayor,

no vengas, que si no vienes,

entonces vernás mejor.

Pues me places,

vete ya, que en tu ausencia

sentiré yo lo que haces

mucho más que en tu presencia.

Canción V.

¿Qué haré, que por quereros

mis extremos son tan claros,

que ni soy para miraros,

ni puedo dejar de veros?

 

Yo no sé con vuestra ausencia

un punto vivir ausente,

ni puedo sufrir presente,

señora, tan gran presencia.

 

De suerte que, por quereros,

mis extremos son tan claros,

que ni soy para miraros,

ni puedo dejar de veros.

Soneto LXXXV.

Quien dice que la ausencia causa olvido

merece ser de todos olvidado.

El verdadero y firme enamorado

está, cuando está ausente, más perdido.

 

Aviva la memoria su sentido;

la soledad levanta su cuidado;

hallarse de su bien tan apartado

hace su desear más encendido.

 

No sanan las heridas en él dadas,

aunque cese el mirar que las causó,

si quedan en el alma confirmadas,

 

que si uno está con muchas cuchilladas,

porque huya de quien lo acuchilló

no por eso serán mejor curadas.

Soneto XXIX.

Nunca de amor estuve tan contento,

que en su loor mis versos ocupase:

ni a nadie consejé que se engañase

buscando en el amor contentamiento.

 

Esto siempre juzgó mi entendimiento,

que deste mal todo hombre se guardase;

y así porque esta ley se conservase,

holgué de ser a todos escarmiento.

 

¡Oh! vosotros que andáis tras mis escritos,

gustando de leer tormentos tristes,

según que por amar son infinitos;

 

mis versos son deciros: «¡Oh! benditos

los que de Dios tan gran merced hubistes,

que del poder de amor fuésedes quitos».

Soneto LIV.

Ha tanto ya que mi desdicha dura,

que en esto solo tuve mi esperanza;

esperé de fortuna su mudanza,

que por mí no negara su natura.

 

Entendióme, yo pienso, la ventura,

y ha tornado al revés mi confianza;

que por tenerme siempre so la lanza,

firme se ha hecho, y de su ser no cura.

 

Para bien destruirme, se destruye;

deja de ser, por ser contra mí fuerte;

sus leyes naturales en mí vence.

 

Pensé do no hay razón, que hubiera suerte;

agora sé que el mundo ya me huye;

y es fuerza que otro mundo se comience.

Soneto LXI.

Dulce soñar y dulce congojarme,

cuando estaba soñando que soñaba;

dulce gozar con lo que me engañaba,

si un poco más durara el engañarme;

 

dulce no estar en mí, que figurarme

podía cuanto bien yo deseaba;

dulce placer, aunque me importunaba

que alguna vez llegaba a despertarme:

 

¡oh sueño, cuánto más leve y sabroso

me fueras si vinieras tan pesado

que asentaras en mí con más reposo!

 

Durmiendo, en fin, fui bienaventurado,

y es justo en la mentira ser dichoso

quien siempre en la verdad fue desdichado.

Soneto LXXIV

¡Oh dulces prendas, por mi mal halladas,

dulces y alegres cuando Dios quería!

Juntas estáis en la memoria mía,

y con ello en mi muerte conjuradas.

 

¿Quién me dijera, cuando en las pasadas

horas en tanto bien por vos me vía,

que me habíades de ser en algún día

con tan grave dolor representadas?

 

Pues en un hora junto me llevastes

todo el bien que por términos no distes,

llevadme junto al mal que me dejastes.

 

Si no, sospecharé que me pusistes

en tantos bienes, porque deseastes

verme morir entre memorias tristes.

De esta manera concluimos con la redacción de esta entrada. Si ha sido de vuestro agrado la lectura, considera visitar: Cómo escribir publicaciones con textos decorados en facebook.

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